viernes, 30 de julio de 2010

Vivo o muerto


Es lo que decían los polvorientos carteles del Viejo Oeste: Wanted dead or alive (Buscado vivo o muerto). Fotos borrosas, rostros dibujados a carbón, cabezas humanas puestas a precio. Cazadores de recompensas que disparaban primero y preguntaban después. Era más seguro cobrar por cadáveres y nadie reclamaba en ese territorio sin Ley. Muerto el perro, se acabó la rabia.
El Paraguay del 2010 no es el Far West del siglo XIX, por más que a veces se le parezca. Aquí existe un Estado de Derecho y significativos avances en la legislación y la acción institucional. Aunque algún sector importante de la población aplauda con entusiasmo, no es correcto que un presidente de la República declare que la muerte del ex integrante del Ejército del Pueblo Paraguayo, Severiano Martínez, era “una noticia largamente esperada”. Ninguna muerte de un ser humano, por más peligroso criminal que se considere, debe ser noticia esperada para gobernantes de un país democrático.
Hallar y matar al prófugo fue un punto positivo para las fuerzas de seguridad, en la misión de acabar con la banda armada de secuestradores con entrenamiento guerrillero. Pero, en un país con tradición de policías de gatillo fácil, hay un error conceptual en la orden de capturarlos “vivos o muertos”.
Un instructor de Swat dijo que el mejor Grupo Comando es el que consigue atrapar vivo al más peligroso criminal y entregarlo a la Justicia. Aunque decida "no entregarse vivo", un combatiente profesional sabe “anular a un objetivo hostil sin usar fuerza letal”, disparando a puntos no vitales del cuerpo. ¿No podía ser el caso, con siete tiradores entrenados, con fusiles de asalto, chalecos anti-balas, contra un hombre con una sola pistola, mal alimentado y varios días de sobrevivir en el monte? Nadie puede ponerse en la piel de hombres en una situación límite con armas, pero el acribillamiento abre pie a teorías de ajusticiamiento, presuntas “quemas de archivos”, y pérdida de oportunidad de obtener informaciones valiosas.
Lo más preocupante es la perversa lógica instaurada del “si ellos matan… nosotros también matamos”. O la cuantificación de números de víctimas y policías asesinados contra el de delincuentes abatidos, como si se tratara de una mortal competencia. Un Estado de Derecho no puede responder con la misma técnica de los criminales, porque el respeto a la vida humana y la aplicación de la Ley es lo que lo diferencia de quienes se ponen al margen. La pérdida de nuestros familiares, amigos y conciudadanos, no dejará de dolernos. Pero en su memoria debemos exigir Justicia y no venganza.

viernes, 23 de julio de 2010

La otra policía


Son apenas 22 hombres y mujeres, sin patrulleras, casi sin recursos presupuestarios, manteniéndose con la contribución de algunos empresarios, con una existencia institucional todavía nebulosa… pero en un año y medio han conseguido cambiar en gran medida la imagen de corrupción e inseguridad que generalmente tienen los extranjeros al ingresar al Paraguay por el Puente de la Amistad.
En la noche del último domingo, el popular programa televisivo Fantástico, de la Rede Globo del Brasil, emitió un reportaje en el que alabó a la nueva Policía Turística paraguaya, una fuerza pública “eficaz y diferente” en la estigmatizada Ciudad del Este, que orienta y defiende a los visitantes. El informe mostraba como los peculiares agentes de uniforme color celeste ayudaban a un turista brasileño a recuperar su dinero, tras haber sido engañado por un vendedor callejero que le entregó una caja con botellas de agua mineral en vez de la notebook que le había vendido.
“Me quedé gratamente sorprendida. Es la primera vez, en los 5 años que llego viviendo en el Brasil, que la Rede Globo emite una noticia positiva sobre Ciudad del Este”, me escribe emocionada desde Sao Paulo la colega Nancy Areco, ex reportera del Sistema Nacional de Televisión, hoy afincada en el país vecino
La Policía Turística es un proyecto impulsado contra viento y marea por Liz Cramer, ministra de la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur), que arrancó en diciembre de 2008 como una división interna de la Policía Nacional, operando desde una pequeña oficina cedida por la Aduana en la zona primaria del Puente de la Amistad, y con un decidido respaldo de la Fedecámaras, que nuclea a entidades de comercio y organizaciones ciudadanas del Este.
De enero a julio de 2010, además de resolver 60 casos de estafas a turistas en casas comerciales, aprehender a 24 delincuentes en flagrancia y demorar a 154 sospechosos, logró reducir a cero los casos de asaltos a turistas en la entrada al país, así como los pedidos de coimas e intentos de sobornos en la zona primaria del Puente.
Los miembros de la unidad son cuidadosamente seleccionados entre jóvenes aspirantes, y sometidos a un estricto control. No ha faltado el caso en que uno de ellos fue denunciado por intentar coimear a un turista, pero rápidamente fue sometido a investigación y proceso judicial, y deshonrosamente expulsado del cuerpo. La diferencia con otras fuerzas es que aquí no hay impunidad.
Además de la de Ciudad del Este existe otra en Salto del Guairá y pronto se habilitarán en Encarnación y Asunción. Será cuestión de seguirles la pista y ver cómo evolucionan, pero hasta ahora el resultado es alentadoramente positivo: hoy los extranjeros que llegan al Paraguay sienten que el uniforme celeste de la Policía Turística les inspira confianza, seguridad, honestidad, eficiencia y buen trato. Que ya es mucho.

viernes, 16 de julio de 2010

¡Opata ko la mundo...!


Las voces de alarma no se hicieron esperar. Apenas se supo que el Senado argentino había aprobado la Ley que avala el matrimonio entre homosexuales, tras una maratónica sesión de más de 14 horas, en algunos medios locales se escucharon verdaderos gritos de temor: ¡Dios mío, a dónde llegamos…! ¡Qué perversión! ¿Qué les vamos a decir a nuestros hijos? ¡Estamos como en la época de Sodoma y Gomorra! ¡Opáta ko la mundo…!
Son voces nacidas ante el miedo a lo nuevo. Para un importante sector de la población, formada con los rigores de una cultura tradicional y conservadora, es la sensación de la estantería que se tambalea con todo lo que parecía tan seguro, tan firme, tan cuadrado… ¿Cuánto tardarán en copiar aquí el “mal ejemplo” argentino? ¿Qué va a pasar con el modelo de familia que nos inculcaron?
Cuesta abrirse a lo diferente cuando uno se ha pasado la vida cerrando los ojos a otras caras de la realidad, buscando convencerse de que quienes tienen una orientación sexual distinta son personas anormales, enfermas o inmorales, y no pueden gozar de los mismos derechos que las personas consideradas “normales”. ¿Formar pareja, casarse, compartir bienes, tener proyectos de vida en común…? ¡Ni soñarlo!
Pero he aquí que un buen día uno se despierta y descubre que el mundo ha evolucionado. Y que quizás es uno el que se ha quedado atrás, y le cuesta reconocer que hay avances cívicos que vienen de la mano con la madurez de la humanidad. ¿Acaso los reclamos de libertad para los esclavos o el derecho al voto para las mujeres, en su momento no parecieron también una locura? Ahora los vemos en el tiempo como derechos tan lógicos y naturales.
La Argentina hoy da el ejemplo, como primera Nación latinoamericana en poner fin a una larga y oprobiosa discriminación contra los homosexuales, tras un largo y enriquecedor debate, en que se han oído todas las posturas y se han permitido todas las manifestaciones. Tarde o temprano, en el Paraguay vamos a tener que profundizar este mismo debate a nivel institucional, y sería bueno que tengamos más argumentos que los puramente fundamentalistas o religiosos. Que primen el respeto y la convivencia civilizada, la tolerancia y la inclusión. Crezcamos, maduremos, aprendamos.
¿Qué les vamos a decir a nuestros hijos? Digámosles la verdad: que el mundo no se va a acabar porque los homosexuales pueden contraer matrimonio legalmente. Por el contrario, es un mundo que se está volviendo más igualitario, y ellos tendrán la suerte de vivir en él, con mucho menos discriminación.

martes, 13 de julio de 2010

Ser joven en el Paraguay (segunda parte)


–No te metas, mi hijo. No es tu problema.
–Sos muy joven todavía, no podés entender.
–¡Sacate ese arito, parecés un maricón!
–¡Estás loca...! ¿Cómo vas a estudiar esa carrera? ¡Te vas a morir de hambre!
–Vas a estudiar ingeniería, como tu papá. Así tenés el futuro asegurado.
–¡Apagá esa música horrible!
–Dejá de escribir boludeces y hacé algo productivo.
–Esa chica no te conviene.
–Tenés que volver antes de la una.
–Esos amigos no te convienen.
–Vos andás en algo raro.
–¿Cómo vas a salir vestida así a la calle?
–¡Cortate el cabello, parecés una mujer!
–¿Por qué te cortaste el pelo tan cortito? ¡Parecés un tipo!
–Cuando seas grande vas a poder decidir.

***

¿Les suena conocido...?
Son algunas de las características frases con las que los adultos solemos "orientar" la vida de los jóvenes.
Les hablamos desde la distancia.
Desde atrás de una muralla.
Desde el otro lado de los barrotes de una cuna.
Creemos que todavía no han crecido, cuando en verdad quienes no hemos terminado de crecer somos nosotros.
Nunca les hablamos, por ejemplo, sobre el sexo. ¿Será porque nosotros mismos no sabemos lo que es?
Los cuidamos de las drogas, pero no de los malos gobiernos, ni de esa otra droga que es la mala televisión.
Les reprochamos que el reguetón o el trash metal no son música, sino ruido para drogadictos, olvidando que nuestros padres nos decían lo mismo cada vez que escuchábamos a U 2, a Pink Floyd, a los Rolling o a The Beatles.
Ellos se juntan en el shop, a la salida del cole.
Beben cerveza como si tuvieran toda la sed del mundo.
Ponen el volumen de la música al máximo, pero no les alcanza para aturdirse.
Quieren votar, pero no saben a quién. La palabra política les produce náuseas. Sueñan con un país diferente, pero no saben cómo...
A veces quisieran estar lejos, muy lejos.
Han nacido en nuestros brazos... y de pronto parecen extraños.
Ya no los conocemos, o tenemos miedo de conocerlos.
A lo mejor no hay que buscar entenderlos.
A lo mejor solo hay que quererlos.

viernes, 9 de julio de 2010

Lo mejor del Mundial


A veces el universo se ve mejor por el ojo de una cerradura. A veces lo pequeño habla de lo grande, el árbol ayuda a ver el bosque. Solo que en un show tan brillante y grandioso como un Mundial de Fútbol, los pequeños detalles se pierden entre tanto oropel planetario. Pero hay quienes tienen la capacidad de ver… y de contar.
“Lo mejor del Mundial” tituló una de sus vibrantes crónicas escritas en su blog el periodista Martín Muñoz (creo que es mexicano, no hay muchos datos acerca de él en la red, solo sé que es el editor general de Yahoo! Deportes). No se refería al mejor equipo, ni al mejor goleador, ni al mejor arquero, ni al mejor árbitro, ni siquiera a la promocionada “Novia del Mundial”, nuestra bella compatriota Larisa Riquelme.
No. Martín se estaba refiriendo a un gesto humano, a algo que sucedió durante muy pocos minutos o segundos, al término del partido entre Paraguay y Japón, el martes 29 de junio, aquel largo y dramático cotejo de 120 minutos de juego sin goles, que tuvo que definirse en penales, y que nos puso finalmente entre los ocho mejores equipos de fútbol del mundo, cuando un futbolista japonés equivocó un penal y acabamos ganando por 5 a 3.
Fue una explosión de júbilo entre los seguidores de Paraguay, y una depresión colectiva para los de Japón. Y mientras el mundo se llenaba de colores, las cámaras enfocaron por un fugaz momento a Yuichi Komano, el jugador japonés que había fallado el penal, y que allí estaba llorando desconsoladamente, sin que ninguno de sus compañeros le dieran apoyo.
Dos jugadores paraguayos se aproximaron a Komano. El primero fue Edgar Barreto. Así lo cuenta Martín Muñoz: “Se acercó al japonés y, en una de esas raras instancias en la vida en la que no hacen falta palabras, el paraguayo, con un gesto intentó consolar al hombre que les había abierto sin querer las puertas de cuartos de final. No fue el único, luego llegó Nelson Haedo Valdez y el fútbol nos mostró su mejor cara. La que vemos tan pocas veces”.
Hay dos o tres fotos de ese momento. Un reportero de Associated Press percibió lo que ocurría y se acercó a disparar, rápido. Lo de Barreto ya no alcanzó a registrarse, pero hay una bellísima foto en la que Haedo toma entre sus manos la cara de triste niño huérfano de Komano, y recuesta su cabeza por la de él, transmitiéndole toda la ternura, toda la grandeza, la calidad y la calidez humana.
Coincido con Martín: Definitivamente, fue lo mejor del Mundial.

miércoles, 7 de julio de 2010

Ser joven en el Paraguay


Ser joven en el Paraguay es comenzar a ser adultos o ancianos antes de los 15 años. Es crecer a golpes de realidad, hipotecar el futuro a cambio de un puesto de vendedor en un shopping. Es empacar los sueños dentro de una ajada mochila y salir a enfrentar al mundo sin pasaporte.
Ser joven en el Paraguay es archivar los libros y las ilusiones en el ropero, para resignarse a subsistir en la chacra, en un taller, en una carpintería. Es esperar pacientemente en largas colas frente a una agencia de empleos: certificado de buena conducta, antecedentes policiales, experiencias laborales, referencias comerciales, ¿sabe hablar inglés?, ¿conoce el Window Vista?, ¿tiene nociones de márketing?, vuelva el lunes, nosotros lo vamos a llamar, lo sentimos mucho pero el puesto ya ha sido ocupado.
Ser joven en el Paraguay es vivir bajo la constante sospecha de estar cometiendo un delito que nadie sabe explicar cuál es. A ver, documentos. Contra la pared. De dónde viene, carajo. Les tienen que venir a buscar sus padres. ¿Por qué tenés los ojos colorados?, seguro que estuviste fumando marihuana. ¿Estudiando toda la noche, quién te va a creer?
Ser joven en el Paraguay es vivir la vida a ritmo de video-clips. Es morirse por un jean de Valentino o una campera de Caro Cuore. Es llorar con una película de la serie Crepúsculo. Es creer que Dios tiene el rostro de un cantante de reguetón.
Ser joven en el Paraguay es soñar que se llega al paraíso desfilando a través de una pasarela. Es matarse de hambre por parecerse a Larissa Riquelme, Egni Eckert o Patty Orué. Es vivir desmayándose como los poetas del romanticismo.
Ser joven en el Paraguay es creer que se puede apagar con mucha cerveza la sed de tantas preguntas. O que se puede tapar con el sonido al máximo del mp4 o el i-pod el molesto y estruendoso ruido de la realidad.
Ser joven en el Paraguay es creer en todo y no creer en nada. Es ser feliz y hundirse en la depresión sin sentido aparente. No entender nada y de pronto comprenderlo todo. Odiar a los políticos y amar a los jugadores de la Albirroja. Ser ingenuo y cínico a la vez. Creer que la felicidad está al alcance de la mano o del lado oscuro de la luna. Querer cambiar el mundo o desear que estalle en pedazos.

lunes, 5 de julio de 2010

Paraguay ganó


Paraguay si ganó el Mundial de Futbol Sudáfrica 2010.
Ganó la admiración y el respeto del mundo.
Hoy figuramos en el mapa con nuevos colores y sonidos.
Fue la mejor participación paraguaya en todos los mundiales, algo que casi nadie esperaba de un equipito que se fue colando a pura garra y pasión entre los favoritos.
Valió la pena. En ese último partido ante España, en cuartos de final, la Albirroja cayó con dignidad, con orgullo, con grandeza.
¡Hicimos historia...!
Me siento orgulloso de ser paraguayo.
Ahora la vida está volviendo poco a poco a su ritmo habitual. Hasta ya hay otras noticias en la tele, que no sean fútbol.
Nos queda la angustia… ¿qué cosas nos unirán y nos harán felices, ahora que la Albirroja ya no está en Sudáfrica?
¿Será que han aprendido algo los políticos y dirigentes de lo que nos pasó en este Mundial?
¿Será que entenderán el mensaje que la ciudadanía les pasó con tanta alegría en las calles? ¿Que los paraguayos sí podemos (y queremos) estar unidos detrás de cosas buenas, grandes y movilizadoras, y no matarnos peleando por macanadas?

viernes, 2 de julio de 2010

El paraíso con la punta de los dedos


Si, ya sé… Es solo fútbol. Es solo una pelota pateada por once tipos contra otros once tipos en un estadio, mientras el mundo entero está en las graderías, mirando. Es solo eso… pero es más. ¡Mucho más…!
Trataba de explicarle a un amigo extranjero, que me preguntó con asombro por qué los paraguayos estamos tan pasados de revoluciones, tan eufóricos y combativos, como si el destino mismo de la Patria dependiera de un partido de fútbol.
Intentaba hacerle entender que en esta isla rodeada de tierra, que ha padecido no solamente cien sino todos los años de soledad, en donde ya creíamos que el infortunio se había enamorado de nosotros, darnos cuenta de que estamos entre los ocho mejores equipos de fútbol del mundo, disputando la final de Sudáfrica 2010, no solo tiene un sabor a gloria, sino es además una reivindicación histórica, una sensación sublime de acariciar el paraíso con la punta de los dedos.
Le decía que nunca antes, en todo el largo calvario de dictaduras y democracias enmascaradas, he visto tanta alegría en el rostro de la gente como lo vi en las calles, tras la victoria ante Japón. Y hasta quienes no somos hinchas fanáticos, y a veces hasta cometemos la tontería de afirmar que es el fútbol un deporte masificador y alienante que desvía la atención de las cosas importantes, nos encontramos sorprendidos de nosotros mismos, vestidos con la casaca albirroja, comiéndonos las uñas ante el televisor.
Le decía que ojalá aprendiéramos todos de este momento único. Que es lindo sentirse tan solidariamente abrazados por encima de nuestras diferencias, y que si pudiéramos encauzar estos positivos valores que nos da el futbol hacia otros ámbitos como la política, la economía o las relaciones sociales, allí si no nos iba a parar nadie.
Le dije finalmente lo que les digo a todos los no paraguayos: Déjennos gozar libremente de esta alegría. Déjennos sentirnos tan unidos en medio de nuestras históricas rencillas cotidianas. Déjennos vibrar con la satisfacción que nos dan los chicos de Martino (y que hasta ahora nuestros políticos, ni nuestros dirigentes sociales, no han sabido darnos). Déjennos el placer de intentar llegar hasta donde podamos, con esa garra, con esa pasión, con ese ser paraguayos que quizás muy pocos entienden, pero que a veces da increíbles y gratas sorpresas.
Y ya no digo más, porque está por empezar el partido contra España. Entran once jugadores a la cancha, pero seis millones y medio de corazones entramos con ellos.
¿Se escucha, Sudáfrica…? ¿Se oye, Planeta Tierra…?
Ronco grito guaraní que retumba por encima de las vuvuzuelas: ¡Vamos Paraguay! ¡Vamos Albirroja! ¡Vamos, vamos a ganar…!