viernes, 29 de octubre de 2010

Kuwait en la Triple Frontera

Una batalla campal internacional se inició el pasado lunes 25 de octubre, cerca de las 9 de la mañana, en la frontera entre Paraguay y Brasil, a un kilómetro aguas abajo del Puente de la Amistad, cuando agentes de la Policía Federal brasileña empezaron a disparar desde la costa contra una embarcación que cruzaba mercaderías por el río Paraná, desde un puerto clandestino del barrio San Miguel de Ciudad del Este, en el sector ribereño popularmente conocido como Kuwait.

Ante la lluvia de disparos, la lancha de los contrabandistas retornó a la costa paraguaya, donde los tripulantes respondieron al fuego con armas automáticas, generándose un infernal tiroteo de costa a costa, de país a país, durante cerca de tres horas.
Desde el centro se escuchaba el eco sordo de los balazos, pero ni la Policía, ni las autoridades de la Fiscalía o del Poder Judicial, acudieron en el momento a verificar lo que estaba sucedieron. Un grupo de periodistas llegó hasta cierta distancia y pudo registrar escenas de mujeres y niños huyendo despavoridos, y alumnos de una escuela que rezaban con el miedo en sus rostros.
Cuando todo terminó, hubo varios relatos anónimos sobre lo sucedido, pero nadie quiso asumir una denuncia oficial y menos dar entrevistas. Se supo que dos de los tripulantes de la lancha resultaron heridos por los balazos, y recién al día siguiente la Policía obtuvo sus identidades: Padero Alderete Gaona y Roberto Ruda, brasileños que residían ilegalmente en el lugar, sin documentos de identidad. Para entonces, ambos ya habían desaparecido.
Las paredes de las humildes casas ribereñas exhiben sus mordeduras de balas, tanto por lo sucedido ese lunes, como de otros incidentes anteriores. Los moradores han aprendido a convivir con la existencia de los puertos clandestinos, que operan principalmente en la oscuridad de la noche, pero ahora están preocupados de que ya lo hagan a plena luz del día. Irónicamente llamaron Kuwait a su barrio, pero ahora temen que ese nombre que evoca a un lejano escenario bélico, se les vuelva una realidad cotidiana.
¿Puede la policía brasileña disparar impunemente desde la costa del vecino país hacía un sector marginal densamente poblado en territorio paraguayo, sin que eso signifique un incidente internacional, una violación de la soberanía, por más contrabando que lo justifique? Aquí, hasta ahora, nadie ha reclamado por eso. Los puertos clandestinos mueven mucho dinero y son parte fundamental del engranaje de la economía fronteriza.

viernes, 22 de octubre de 2010

La venganza de los edificios

Meses atrás se cayó el techo del Palacio de Justicia de Ciudad del Este. Este martes 19 ocurrió lo mismo con el histórico local del Correo Paraguayo, en Asunción. Ayer viernes 22, el edificio del Congreso Nacional literalmente hizo agua: la lluvia se coló por los agujeros del techo, invadiendo la lujosa Sala VIP de Sesiones de la Cámara de Diputados, y mojó costosos equipos informáticos y carpetas de documentos de los parlamentarios.
No faltarán quienes intenten explicar que estos “accidentes” se deben a simples fallas técnicas, sea por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento en el caso del Correo, o por deficiencias estructurales como consecuencia de la corrupción, al utilizar materiales de baja calidad en la construcción de los otros locales.
Sin embargo, quienes nos consideramos seguidores de Cortázar y García Márquez, proclives a leer los signos de los tiempos y a encontrar vida en la materia inerte, no podemos dejar de interpretar que detrás de estos sucesos se ocultan mensajes bien determinados. Es la venganza de los edificios.
Quienes conocen el gran mercado judicial del Este, inapropiadamente llamado Palacio de Justicia, no deben extrañarse de que el techo se desplome de vergüenza o de cansancio ante la alevosa compra-venta de resoluciones y sentencias de jueces, o de votos adelantados de ministros de la Corte. Hay quienes aseguran haber visto más de una vez a la estatua de la diosa Astrea bajar de su pedestal, sacarse la venda, tirar la balanza y echar a correr despavorida por las calles.
Lo del Correo, tampoco sorprende. Tantos años de cartas violadas y encomiendas saqueadas, robadas, perdidas. Tanto prebendarismo, burocracia e ineficiencia acumulados. Es como para sacudirse y querer sepultar todo lo viejo. Dejar que surja algo nuevo.
En donde menos existen dudas es en lo ocurrido en el Congreso. A pocas horas de que la mayoría de los diputados aprobaran, por 47 votos a favor y 15 en contra, una estirada declaración que enarbola como amenaza la posibilidad del recurrente y rayado juicio político, hay que dar gracias de que solo se haya producido un fuerte chubasco interior, y no un diluvio bíblico.
Ok, podrán decir que todo esto es solo un fantasioso delirio para llenar esta columna de fin de semana. Todo lo que quieran. Pero yo, por las dudas, en estos días evito pasar por cerca de estos escenarios de tantos excesos oficiales y políticos.

viernes, 15 de octubre de 2010

El Gran Mercado Judicial

El Palacio de Justicia de Ciudad del Este queda a tan solo dos cuadras de la Feria de los Productores Hortigranjeros, junto a la Terminal de Ómnibus, y a seis cuadras del Mercado de Abasto, pero en la práctica es como si el mismo fuera apenas una prolongación de estos frecuentados centros de comercio popular.
La diferencia es que en estos dos últimos locales se ofrecen a viva voz frutas, verduras, queso, huevo, carnes, mandioca, ropas, calzados…, mientras en el primero se ofrecen libre y abiertamente en venta: resoluciones y sentencias de jueces, servicios de agilización o extravío de expedientes, implementación de chicanas, votos adelantados de ministros de la Corte Suprema de Justicia. ¡Hagan sus ofertas, señores…! ¿Quién paga más…?
Todos lo saben, todos lo dicen: en Ciudad del Este hay tres mercados: el de la Terminal, el del Abasto… y el más grande de todos, el Judicial.
Todos lo dicen, todos lo saben, pero pocas veces se ha podido documentar y mostrar de manera tan flagrante la alevosa y escandalosa corrupción, como lo han hecho en estos días algunos colegas periodistas de Última Hora y Telefuturo, junto con un equipo investigador del Ministerio Público, encabezado por el fiscal anti-corrupción Arnaldo Giuzzio.
Ver las filmaciones hechas con cámara oculta en la que el juez de Santa Rita, Carlos Ortega, recibe 2.000 dólares como anticipo de una coima de 15.000 dólares a cambio de una sentencia judicial, nombrando como presunto cómplice a su colega Manuel Trinidad, juez penal de Ciudad del Este, es algo que revuelve el estómago… aunque aquí nadie se ha sorprendido por eso. Todos lo saben, todos lo dicen. Lo único llamativo es que los muy tontos se hayan dejado filmar.
Tampoco sorprende mucho que el ministro de la Corte, Sindulfo Blanco, aparezca salpicado en la presunta venta de un voto suyo a cambio de 15.000 dólares, a cargo de un funcionario judicial llamado Carlos Torres, en una causa en la que la sentencia no se conocería públicamente hasta cuatro meses después del cobro. Por suerte en Paraguay hay muchas personas llamadas Carlos Torres… y siempre se puede alegar un caso de homonimia.
Todos lo dicen, todos lo saben: Habrá imputaciones, separaciones de cargo, sumarios abiertos, declaraciones rimbombantes de gremios de abogados, mucha prensa durante día o semanas… y luego, nada. El gran Mercado Judicial del Este no va a interrumpir sus vitales actividades bursátiles por estas nimiedades.

sábado, 9 de octubre de 2010

El invisible Paraguay kamba


Entre las muchas deudas pendientes que el Paraguay tiene con sus habitantes a lo largo de su historia, hay una que es quizás la más dura, la más negada y la más invisible: el necesario reconocimiento de su población afrodescendiente, la que formó parte de esta Nación desde su periodo colonial, y que hoy sobrevive aún ignorada bajo el ropaje de oscuras sombras.
Soy de los muchos que crecimos aprendiendo la mentirosa lección escolar de que “en el Paraguay no hubo esclavos negros”, y de que los pocos únicos son los que llegaron en 1820 con el caudillo uruguayo Gervasio Artigas.
La primera en romper el mito fue la querida Josefina Plá, en 1972, con su libro fundacional Hermano negro. En los últimos años, una nueva generación de historiadores, como Ignacio Telesca, nos revela que hubo una importante y numerosa presencia africana desde el mismo inicio de la colonia. Según censos de 1782 y 1799, los pardos, entre esclavos y libres, conformaban más del 11% de la población de país. La esclavitud se mantuvo aun después de la Independencia, hasta 1870. Una de las instituciones que más mantenía esclavos era la Iglesia Católica, en sus órdenes religiosas.
Esta semana me ha tocado asistir en Managua, Nicaragua, a un encuentro de periodistas de toda América Latina, convocados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), para conocer de primera mano y debatir las más recientes investigaciones sobre derechos de la población afrodescendiente en el continente.
Ha sido una experiencia rica aproximarse a las valiosas maneras en que las organizaciones de afrodescendientes reivindican el reconocimiento de su identidad, su cultura y sus derechos, a lo largo de los países de la América también negra. Y es triste y doloroso saber que el Paraguay está entre los países que menos reconocen la existencia, la visibilidad y los derechos de su población de piel más oscura.
El Gobierno del Paraguay no tiene una sola dependencia oficial que se ocupe del colectivo afro descendiente, y todo recae muy amplia y genéricamente en la Defensoría del Pueblo. No hay datos ni cifras estadísticas oficiales sobre el porcentaje de la población que se considera parte de este grupo humano. La mayoría de los demás países latinoamericanos incluirán en su próximo censo preguntas para saber quiénes y cuántos son afro descendientes, pero aquí no existe esa intención. Solo se ha podido hacer una prueba piloto, a iniciativa de comunidades como la de Kamba Kua, pero a base de voluntariado y poco respaldo institucional.
En pleno Siglo Veintiuno, pareciera que los paraguayos y las paraguayas seguimos teniendo vergüenza de reconocer que una buena parte de nuestra historia, de nuestra identidad y nuestra cultura, además de europea e indígena, es también kamba. Hay una sonoridad de tambores llegados del África que se ha metido hondamente en nuestra polca, como lo demuestran valiosos trabajos realizados por músicos como Rolando Chaparro con su Afropolka, y Mario Casartelli con su Kamba mba’epu. Quizás en esta negación haya también una parte de culpa por la esclavitud que les hicieron padecer nuestros antepasados blancos, o un racismo latente que sobrevive, aunque no lo queramos asumir conscientemente.