viernes, 26 de junio de 2009

Madrugada en la tierra de nadie


¿Cómo es despertarse súbitamente en el frío cortante de la madrugada, con una lluvia de balas martillando las paredes de tu casa?
Al periodista Santiago Benítez todavía se le quiebra la voz cuando relata las horas de horror que le tocó padecer con su familia, el pasado domingo 21 de junio, cerca de las 5:00 a.m., cuando manos anónimas dispararon desde las sombras contra su vivienda, en la ciudad de Pedro Juan Caballero. Nueve balazos quedaron incrustados en las paredes, huellas lacerantes de la violencia criminal y la estructural impunidad.
En el subconsciente colectivo volvieron, inevitables, los trágicos recuerdos de lo sucedido con otro periodista, también llamado Santiago, hace 18 años, entonces director propietario de ZP 31 Radio Mburucuyá, la misma emisora en la que hoy su tocayo y discípulo desarrolla su labor profesional.
Aquel 26 de abril de 1991, al mediodía, en la exacta línea fronteriza entre Pedro Juan (Paraguay) y Ponta Porá (Brasil), la llamada “tierra de nadie”, tres sicarios dispararon 21 certeros balazos contra el vehículo de Santiago Leguizamón, apagando una voz valiente que se atrevió a soñar con un Amambay distinto, de trabajo y desarrollo, libre de oscuros amos del narcotráfico. La Justicia paraguaya nunca pudo (o nunca quiso) aclarar el crimen, que continúa alevosamente impune.
El ataque de esta semana, contra el otro Santiago, fue un aviso, una amenaza, un “estate quieto”. Cuando la mafia dispara a matar, nunca yerra el blanco. El colega Benítez estaba divulgando demasiadas noticias molestas, mientras se preguntaba por qué las autoridades nacionales, y sobre todo policiales, permiten que Pedro Juan sea escenario de una sangrienta batalla entre el Primer Comando Capital (PCC) y el Comando Vermelho (CV), las dos organizaciones criminales brasileñas que han plantado su bandera en territorio paraguayo.
“La Policía Nacional, con personal corrupto en sus filas, no tiene las más mínimas condiciones de brindar seguridad a nadie. Muy por el contrario, la tan añorada seguridad la tienen los delincuentes, que a cambio de sumas semanales de dinero, están enterados de todos los movimientos que realiza la Policía Nacional” dice un pronunciamiento de los comunicadores pedrojuaninos, nucleados en la filial Amambay del Sindicato de Periodistas del Paraguay.
Santiago Benítez hoy quiere abandonar Amambay, por su propia seguridad y la de su familia. Sería un grave retroceso, una victoria de la mafia. Santiago y los demás periodistas de la región cumplen un importante rol social al mantener viva la voz de la población, y deben recibir el más fuerte respaldo de todas las instituciones democráticas para seguir desarrollando su valiosa labor, con las máximas condiciones de seguridad y protección.

viernes, 19 de junio de 2009

400 muertos sin justicia


Hace cinco años, cuando aquel fastuoso Templo del Consumismo se convirtió en ratonera mortal, en un lugar tan siniestro que no hubiera imaginado ni el mismo Dante en su clásica representación del Infierno, encontraron que las puertas estaban cerradas. Esa disposición criminal le costó la vida a cerca de 400 seres humanos y dejó una similar cantidad de heridos.
Hoy, los sobrevivientes y los familiares de las víctimas del incendio del Supermercado Ycua Bolaños vuelven a encontrar otras puertas cerradas: las de este corrupto y kafkiano sistema jurídico que algunos insisten en llamar Justicia.
Si los plazos inexorables se cumplen, y la indolencia o la complicidad lo permiten, el próximo 2 de agosto la causa judicial por la más grande tragedia ocurrida en la historia del Paraguay -aparte de las dos guerras - se extinguirá sin remedio y quedará envuelta en la impunidad más terrible y absoluta.
¿Es posible tanta indolencia, tanta corrupción, tantos oídos sordos ante los gritos de dolor que se elevan al cielo?
A cinco años de la magna tragedia no hay un solo responsable preso. Todos los acusados de haber participado en las criminales decisiones y negligencias que enlutaron a la sociedad paraguaya gozan de libertad, mientras las víctimas deambulan cual molestos fantasmas, cada vez más solos y huérfanos de la solidaridad, mientras la Justicia se les escapa como arena entre los dedos.
Hoy quedan exactamente 42 días de plazo para que la causa se extinga oficialmente… y cada minuto que pasa es una carrera contra el tiempo. ¡Es hora de reaccionar y de unir nuevamente todas las voces, todas las manos, todos los corazones, junto a los incansables luchadores del 1-A!
La lucha por la Justicia no es solamente la lucha de las víctimas y sus familiares. Es una lucha de todos. El Paraguay entero será responsable si es que el mayor crimen colectivo acaba en el opa reí.
Seremos responsables de la impunidad los ciudadanos y ciudadanas que no fuimos lo suficientemente solidarios para indignarnos, alzar nuestra voz y actuar con justa rebeldía.
Serán responsables los partidos políticos y los miembros del Poder Legislativo, con sus ministros de la Corte inamovibles y sus magistrados elegidos por cuota.
Serán responsables los del actual y los del anterior Poder Ejecutivo, que prometieron tanto e hicieron muy poco por amparar los derechos de las víctimas.
Y por sobre todo serán responsables los que manejan este nefasto Poder Judicial, al que de Justicia ya solo le quedará el nombre.

lunes, 15 de junio de 2009

Adiós a las armas


Eran los temibles dueños del país. Imponían miedo con su sola presencia armada y uniformada. Los camiones verdes recorrían los polvorientos caminos del interior, a la cacería de humildes jóvenes campesinos, muchos de ellos menores a los 18 años establecidos para el Servicio Militar Obligatorio (SMO). Era doloroso ver esos rostros oscuros y asustados, marchando arreados como reses de ganado hacia los fortines del Chaco o las fronteras.
En las remotas y aisladas poblaciones, los cuarteles militares eran castillos feudales que se alzaban como siniestros centros de poder represivo sobre el destino de hombres y mujeres.
El “glorioso Ejército paraguayo”, que no fue capaz de impedir el desvío del río Pilcomayo hacia la Argentina, o de detener el robo de los milenarios bosques hacia el Brasil, fue usado por la dictadura stronista como tropa de combate contra su propio pueblo, al arrasar a sangre y fuego la colonia San Isidro de Jejui, San Pedro, en 1975, por el “delito” de haberse convertido en una isla de la utopía, o al imponer un sitio de hambre contra los rebeldes campesinos del asentamiento Tavapy Segundo, Alto Paraná, en 1986, solo porque reclamaban un pedazo de tierra propia.
Un amplio sector de las Fuerzas Armadas se redimió con la historia al protagonizar el levantamiento armado de febrero de 1989, que derrocó al dictador Alfredo Stroessner y abrió caminos a la transición democrática. En ese proceso, acabó devorado por su propia revolución: la Constitución de 1992 instituyó la Objeción de Conciencia, que en la práctica significó la muerte del SMO.
En todos estos años, los cuarteles militares paraguayos se han ido sumiendo en un franco y lento deterioro, que de alguna manera es también el reflejo del proceso en que se sumió toda la sociedad. La larga lista de más de 100 soldados muertos por abusos o negligencias durante la conscripción, agudizó la rebeldía civil de los jóvenes y multiplicó el número de objetores.
Hoy los destacamentos fronterizos son ruinosas edificaciones en donde abundan jefes y oficiales, mientras escasean los soldados. No debe extrañar que policías bolivianos, brasileños o argentinos ingresen impunemente a realizar arrestos en territorio paraguayo, cuando hay un solo militar para cuidar cada 13 kilómetros de frontera.
En estos 20 años de transición democrática hay un gran debate que falta: ¿qué modelo de Fuerzas Armadas queremos para el Paraguay del Siglo Veintiuno?

viernes, 5 de junio de 2009

Crónica desde el corazón del frío


Hace frío. Mucho frío. El termómetro marca 4 grados centígrados en la helada soledad de la noche. El viento del Sur hiere como mil alfileres en la piel. Dentro de la precaria choza de hule amarrada a un árbol del Parque Alejo García de Ciudad del Este, la pequeña M.E., de 6 añitos, llora y tiembla convulsivamente. Ni las ajadas mantas, ni el calor de la hoguera cercana, ni el angustiado abrazo de su mamá, consiguen sacarle ese temblor.
Una fogata de leños raquíticos arde sobre las baldosas de la plaza, frente a la sede de la Gobernación del Alto Paraná. Medio centenar de indígenas Ava Guaraní se apretujan alrededor, buscando el calor que no llega. ¿Por qué será que esta hoguera no calienta como el tatapyi de los ancestros, en los tekoha del monte? Ya no hay monte, ya no hay tekoha, y la ciudad es fría como el cemento, como el corazón de los blancos.
La gente está encerrada en sus casas, calentita con sus estufas y sus frazadas. Los autos pasan raudamente por la avenida Bernardino Caballero con los vidrios cerrados y la calefacción prendida. Nadie se detiene. Nadie se entera de que ellos están allí, tiritando de frío. Duele el viento del Sur que hiere en la piel, pero más duele el frío que se mete en el alma.
Son diez familias, poco más de 50 personas. Hay 37 niños y adolecentes menores. Vivían en la selva protectora, a orillas del río Paraná, pero hace varias lunas los blancos construyeron una represa, entonces el río se enojó e inundó sus tierras, y ellos tuvieron que marcharse, cuenta el líder Benito Martínez. Tras un largo peregrinar se asentaron en la comunidad Tekoha Pyahu, en el kilómetro 12 Monday, entre las basuras del vertedero municipal de Ciudad del Este.
Cansados de ser invisibles, ignorados y olvidados, hace tres semanas se instalaron en el Parque Alejo García, no muy lejos de donde están sus hermanos Mbya Guaraní, en otras precarias “tolderías urbanas”. Piden un ómnibus para llegar a Asunción y armar un campamento frente al Instituto Nacional del Indígena (INDI), a ver si no les dan tierra y asistencia.
Luego de las publicaciones de Última Hora, llegó gente del Gobierno y la Municipalidad a traerles algunas ropas y cestas básicas de alimentos, pero ninguna solución de fondo.
En su discurso de asunción al mando, el 15 de agosto de 2008, el presidente Fernando Lugo anunció que el delito contra los indígenas dejará de “navegar en las aguas de la impunidad”.
Los Ava Guaraní siguen allí, en la plaza desnuda… y el frío continúa.

miércoles, 3 de junio de 2009

Treinta años de periodismo


Yo tenía 17 años y necesitaba desesperadamente conseguir un empleo. Tras concluir el bachillerato en la calcinada Salto del Guairá, cargué mis maletas y me trasladé a Asunción, convencido de que mi destino era convertirme en periodista. Pero un accidente segó la vida de mi padre en aquel trágico 1979, dejándome con una madre y dos hermanas desconsoladas, y mis mejores sueños al borde del abismo.
Mi tío Blas Roberti me tiró un cable salvador: “El director de Última Hora es amigo mío, le voy a llamar”. Con mis textos estudiantiles dentro de una carpeta verde, llegué hasta el viejo edificio de la calle Benjamín Constant 658, y tras una larga antesala, me encontré ante un sorprendido Demetrio Papu Rojas.
“Pero… ¡sos muy joven todavía!”, me reclamó el director, que no tenía más de 25 años. Tras un interrogatorio que no ayudó a despejar sus dudas, llamó al jefe de Redacción, el profe Pedro Justino Macchi. “Tomalo como practicante. No le vamos a poder pagar nada todavía”, decretó Papu.
El 1 de junio de 1979, a las 7.15 de la mañana, con cara del adolescente más perdido del mundo, ingresé a la Redacción de Última Hora. Macchi me presentó a los demás editores. “¿Qué…? ¿Ahora contratamos criaturas?”, se burló Félix Humberto Paiva. En seguida me encomendó mi primera misión: “Andá a comprarme una coca de la cantina”.
Recuerdo esa primera mañana como una interminable navegación entre periodistas apurados que me desalojaban de sus mesas. Al filo del mediodía, Macchi me encargó una tarea: “Andate al Mercado a traerme precios de la carne y las verduras”. Allá fui, con el inefable Fotosky Irala, que partía a otra cobertura y me iba a dejar en el camino.
Quiso el destino que en aquel momento se produzca una batalla campal entre inspectores municipales y vendedoras del mercado. El intendente Pereira Ruiz Díaz quería despejar la calle Battilana, pero las mercaderas se resistieron con piedras y palos, dejando varios heridos. Fotosky disparó su cámara, mientras me indicaba a quién entrevistar. En seguida me arrastró a la camioneta y volvimos al periódico: “¡Esta es la noticia del día!”.
Cuando Macchi lo supo, se puso eufórico. Buscó a un periodista que redacte la noticia, pero todos estaban muy ocupados, o ya se habían marchado. El diario era vespertino, y estábamos en la hora de cierre. Le dije que no se preocupe, que yo mismo le iba a redactar. Huyendo de su mirada de desconfianza, me senté ante la primera máquina de escribir y traté de disimular que estaba temblando. Veinte minutos después dejé sobre su mesa las dos cuartillas. Las leyó, hizo algunas correcciones, y me dijo que me podía retirar.
Esa tarde sentí un escalofrío al ver en las páginas impresas mi anónimo primer artículo. Se me escaparon algunas lágrimas, que me las sequé rápidamente, para que nadie se de cuenta. Al día siguiente, el director Rojas me llamó a su despacho y me anunció que estaba oficialmente contratado como periodista practicante, y que desde ese mes iba a cobrar mi primer sueldo.

Sangre y tinta. Se cumplen 30 años desde aquel lejano día. ¿Tanto y tan poco?
En 1995, cuando publiqué la serie “El país de la droga”, el hijo del Rey de la Marihuana de Capitán Bado, Ramón Morel, me ofreció un fajo de dólares para cubrir “mis gastos”. Lo rechacé con amabilidad y le expliqué que la entrevista que me había dado en la clandestinidad no tenía precio.
En 2002, cuando publiqué una serie de reportajes sobre los escuadrones de la muerte en la frontera seca con Brasil, me llegó un sobre que contenía una bala calibre 45 con un papel pegado con cinta adherente, en donde estaba escrito mi nombre. La tengo bien guardada, cual amuleto de la suerte.
Tuve el privilegio de cubrir la muerte del ex dictador Alfredo Stroessner, en Brasilia. La alegría de encontrar vivo al desaparecido periodista Kike Galeano, en Sao Paulo. La osadía de llegar al corazón del narcotráfico y del contrabando, de radiografiar las muchas formas de corrupción que corroen el alma del Paraguay. La discutida primicia de revelar la otra cara de Fernando Lugo, con el tema de sus presuntos hijos. Pero también tuve el grato placer de contar las maravillas del otro país: la revolución de la limpieza en Atyrá, la experiencia de salud comunitaria en Fram, los fuegos mágicos de Tañarandy…
Me hice periodista porque tengo miles de preguntas que me consumen el alma. Porque quiero saber y entender qué pasa, y ayudar a que la gente también sepa y entienda. El mundo sería otro si tuviésemos mejor información para decidir con mayor criterio y conocimiento nuestro propio destino.Creo que el periodismo es un fin y no un medio. Elegí ser periodista para ser periodista, y no como el camino más corto para enriquecerse, conseguir un cargo público o figurar en una lista de candidatos.
Treinta años después, mis sueños están enteros. Y todavía queda tanto por hacer…