viernes, 22 de febrero de 2008

La fiebre arco iris de la solidaridad


Llegaron apretujados como sardinas en la carrocería de un camión de carga que les prestó la Policía, en medio de estruendosas carcajadas y bromas en guaraní, como si en realidad estuvieran dirigiéndose a disfrutar de un partido de fútbol o de una fiesta patronal, llamando la atención al centenar de personas que formaban una larga y paciente fila a la espera de ser vacunadas contra la fiebre amarilla en el patio del Hospital Regional de Ciudad del Este.
Llegaron con sus machetes, azadas, “foisas” (hoces), rastrillos, typycha ñana (escobas caseras hechas de ramas), bolsas para juntar basura, pinceles, latas de pintura de cal. Fue este martes 19, cerca de las 9 de la mañana. Eran unos 150 hombres, mujeres, jóvenes y niños, de aspecto campesino, rostros oscuros y curtidos, pieles quemadas por todos los soles de la frontera.
Llegaron con todas sus ganas, con el ánimo bien dispuesto. Al ver la gran cantidad de bolsitas de plásticos, botellas vacías de gaseosa y otros desperdicios que estaban tirados sobre el pasto, uno de los campesinos más viejos no pudo reprimir la burla en guaraní: “¡Ajepa i puerco ko’a ciuda gua! (¡verdad que son cochinos estos habitantes de la ciudad!”).
Saludaron a los directivos del Hospital y rápidamente se pusieron a trabajar. Atentos a las indicaciones claras y precisas de sus dirigentes, se distribuyeron por todo el terreno que rodea al centro sanitario, y al poco rato estaban iniciando la limpieza al unísono, como un silencioso y eficaz ejército civil, barriendo, rastrillando, cortando la maleza, recogiendo hasta el más pequeño papelito, pintando cada muralla y cada piedra del lugar con la cal blanca y brillante.
Curiosos, los que esperaban en la larga cola para la vacunación les preguntaron quienes son. Y Juan Antonio Martínez, el presidente del Consejo de Desarrollo Rural de Agricultores Mingueros (Codrani), les relató con cierto tono de orgullo que son pobladores y pobladoras del Kilómetro 30 de la ciudad de Minga Guazú, Alto Paraná, que han decidido hacer honor al nombre de su comunidad, y que desde hace varios años se dedican colectivamente a realizar mingas ambientales de limpieza en casas, calles, plazas, parques y todos los espacios que pudieran servir de criadero al mosquito Aedes aegyptis o a cualquier otra alimaña.
“Somos Los Mingueros de Minga, y no estamos dispuestos a permitir que un miserable mosquito le haga daño a nuestros hijos. Nosotros ya nos habíamos vacunado todos, absolutamente todos, cuando vino la primera campaña contra la fiebre amarilla en el año 2003. Ahora nos dedicamos a hacer limpieza y ayudar a otra gente que necesita”, se ufanaba Martínez.
Para el mediodía, antes de acabar la jornada vacunación, ellos y ellas ya habían concluido la limpieza de todo el sector, y se sentaron a disfrutar de un frugal almuerzo que dos señoras del grupo prepararon en una olla popular. Después recogieron sus herramientas y ordenadamente subieron al mismo camión policial, siempre alegres y bromistas, y emprendieron el regreso a sus casas, dejando detrás de sí un hermoso regalo: el terreno alrededor del Hospital limpio, arreglado y reluciente.
Fui uno de los que se quedaron gratamente sorprendidos por la escena. Desconfiado, quise indagar que había detrás, en donde estaba la oculta maniobra partidaria, quien era el caudillo agazapado que intentaba sacar rédito electoral de esa acción, pero los colegas altoparanaenses me dijeron que el Codrani es una organización fundamentalmente gremial, cuyos integrantes son conocidos y respetados por su forma de trabajar colectivamente, por su espíritu altruista y solidario.
No sé… Podría escribir tantas cosas sobre la tremenda inutilidad demostrada por el ministro de Salud y el Gobierno Nacional para hacer frente a la grave crisis de la fiebre amarilla, o sobre el doloroso calvario de tantos compatriotas que siguen formando largas e interminable colas para mendigar una dosis de vacuna que marque la dramática diferencia entre la vida y la muerte… pero sería redundar acerca de todo lo ya dicho por tantas voces más críticas y más lucidas.
Prefiero rescatar este hermoso testimonio de los Mingueros de Minga Guazú, porque se me ocurre que en ese gesto voluntarioso y desinteresado se puede hallar una de las mejores y más poderosas vacunas para enfrentar a este flagelo.
Si frente a la oscura amenaza de la fiebre amarilla todos levantáramos la luminosa fiebre arco iris de la solidaridad, quizás tendríamos menos muertes que lamentar, y mucha más vida y esperanza para celebrar.

viernes, 15 de febrero de 2008

Cortinas de humo


Aquel enero del 2004 se había vuelto caliente, muy caliente, y no solo en el sentido climático.
El viernes 23, una represión contra pobladores rurales que se oponían a la fumigación de un sojal en la colonia Ypekua, distrito de Repatriación, Caaguazú, acabó en el violento asesinato de los campesinos Mario Arzamendia y Carlos Robles por parte de las fuerzas policiales, dejando además otros nueve heridos.
Los titulares en los medios de comunicación reflejaban la creciente indignación popular, justo cuando el presidente Nicanor Duarte Frutos –que entonces llevaba apenas cinco meses al frente del Gobierno- se encontraba de vacaciones desde hacía 17 días en las playas de Guarujá, Brasil. Las fotos de la familia presidencial disfrutando del arrullo de las olas del mar, en contraste con el dolor por las muertes absurdas en el campo empobrecido, daban una pésima imagen para la popularidad del ascendente líder colorado. Algo había que hacer para revertir aquella publicidad tan negativa.
En la tarde del domingo 25 me encontraba cerrando páginas en Última Hora, cuando el editor de la sección Política recibió una llamada telefónica de una alta fuente gubernamental. Pidiendo reserva absoluta sobre la procedencia de la fuente, el funcionario dejó filtrar una noticia que podía considerarse “una bomba periodística” en cualquier Redacción: Los servicios de inteligencia del Brasil habían detectado un plan para asesinar al presidente Duarte Frutos, y el mandatario había decidido su regreso al país en máximas condiciones de secreto y seguridad.
Ultima Hora y los demás diarios publicaron la noticia con máximo destaque en su edición del lunes 26 de enero de 2004, atribuyendo la versión a los “servicios de inteligencia del Brasil”. Fue el tema del día en todas las radios, canales de televisión, agencias noticiosas internacionales y portales de noticias en Internet. La incómoda noticia sobre el asesinato de los campesinos había sido relegada a un total segundo plano.
Lo que siguió fue digno de una obra de espionaje de Robert Ludlum: en lugar de aterrizar en el aeropuerto Silvio Pettirossi, el avión que transportaba al presidente bajó en la aeropista de Itaipú, en Hernandarias, y desde allí el mandatario fue trasladado por tierra, en medio de un aparatoso despliegue bélico, hasta Asunción. Mas filtraciones revelaban con novelescos detalles que “seis sicarios brasileños contratados por una mafia local habían ingresado al país para perpetrar un atentado contra el avión en el que Duarte Frutos tenía previsto regresar. Según la advertencia de la inteligencia brasileña, los asesinos contarían con misiles portátiles para atacar la aeronave en pleno vuelo”.
En sus pocas declaraciones, Nicanor dijo que él no sabía de donde salió la información, pero que se había dejado guiar por los protocolos de seguridad. El tema se mantuvo con especulaciones durante más de una semana en el ámbito político y cumplió su cometido: el asesinato de los campesinos terminó en el opa rei. Del supuesto atentado no hubo más detalles. Nunca se supo nada de los seis sicarios brasileños, ni de los misiles con que se iba a derribar el avión presidencial. Días después, la propia embajada brasileña aclaró que nunca hubo informes de inteligencia de dicho país, pero ya nadie se ocupó de investigar de donde salió aquella versión original.
Hoy lo puedo revelar, porque fui testigo cercano de aquella conversación telefónica: el alto funcionario que “filtró” la noticia no era otro que el actual candidato a gobernador colorado por Central, José María Ibáñez, entonces jefe del gabinete presidencial de Duarte Frutos. Es decir: no me cabe la menor duda, aquella información surgió directamente del mismo entorno presidencial.
Ahora, al leer la noticia de un nuevo supuesto atentado contra la vida del presidente, esta vez con ácido o soda cáustica que cual un argumento digno de un filme de James Bond habría aparecido misteriosamente en el interior de una botella de agua mineral, me acordé de aquel episodio del candente verano de hace cuatro años.
Tal vez sea un poco paranoico o desconfiado como todo buen periodista, pero me llama la atención que esta noticia se produzca justo en momentos en que otro candente tema como la amenaza de una epidemia de fiebre amarilla desnuda una vez mas la inutilidad del Gobierno en materia de salud pública, y enciende la indignación y la rebeldía ciudadana. O quizás porque también he leído a Maquiavelo, que en alguna parte recomienda que cuando las papas queman en materia política, nada es más efectivo que levantar cortinas de humo. ¿Será…?

viernes, 8 de febrero de 2008

El amor en los tiempos de la fiebre amarilla

¿Qué es el amor…? Un desorden de los sentidos, dicen los sicólogos. Una erupción química, dicen los médicos. Una locura socialmente aceptada, dicen los sociólogos. Amar es nunca tener que pedir perdón, dice un filme de Hollywood. El amor es un secreto entre los dos, dice la letra de un bolero. Si no tengo amor nada soy, dice San Pablo. El amor es solo un maravilloso invento cultural, dice Joaquín Sabina. El amor es eterno mientras dura, dice un cínico enamorado. El amor es un estupendo negocio, dice un empresario, en vísperas del Día de los Enamorados.
¡Ah, el amor… en los tiempos del dengue y la fiebre amarilla! ¿Por qué lo reducimos a su expresión sentimental, a la relación de pareja? ¿Las demás formas de amor no son igualmente sublimes, igualmente locas, igualmente únicas?
Los enamorados de Dios. Desde el mítico Jesús de Nazaret, capaz de llegar el supremo martirio en la cruz, hasta el admirable monseñor Oscar Romero, acribillado en medio de una misa en la desgarrada El Salvador de los ‘80, entregándose por entero a una pasión divina.
Y qué decir del amor de una madre o de un padre hacia sus hijos. Tantas historias de abnegación y sacrificio sin límites por lograr la felicidad del ser que uno ha engendrado.
El otro amor que me maravilla es el de los enamorados de un ideal, de una causa noble, de una utopía. El de Ernesto “Che” Guevara dejando atrás su patria, su familia, los privilegios terrenales conquistados, para internarse en los montes al encuentro de la muerte y de la historia, en búsqueda del sueño de una nueva humanidad.
Mis enamorados favoritos siguen siendo esas chicas y esos chicos que un día de marzo de 1999 se juntaron en una plaza de Asunción para expresar su amor por una ilusión llamada patria, o democracia, o futuro en libertad. Tanto amor que no importaban las lluvias de balas asesinas, ni el avance de todos los tanques de guerra del mundo.
A pocos días del 14 de febrero, paso en limpio la lista esencial aunque incompleta de mis muchos amores:
Amo a la gente que es capaz de vencer al miedo y dar la cara para reclamar contra las injusticias. Las mareas humanas con carteles y pancartas desbordando calles y plazas. Los puños campesinos alzados sobre la tierra roja. Las roncas voces juveniles que entonan Patria Querida bajo el flamear rabioso de una bandera tricolor al viento. La dignidad indoblegable de los sobrevivientes y familiares de víctimas del incendio del Ycuá Bolaños, que no se rinden ante la Justicia más injusta y la impunidad más impune, y siguen convocando a la solidaridad, a la lucha, a la memoria, a la vida.
Amo el paisaje que me identifica, que me cuenta quien soy y de donde vengo: La lluvia mansa sobre los verdes cerros de Sapucai. El sabor agreste del guaviramí en los últimos campos sin soja de Caaguazú. Los atardeceres que incendian el río Paraguay junto al viejo puerto de Concepción. Ese cielo nocturno tan lleno de estrellas que corona la inmensidad del Chaco. El último canto del guyra campana en las selvas del Mbaracayú. El rumor del río Paraná en el amanecer luminoso de las Tres Fronteras.
Amo al pueblo que me vio nacer, mi bucólico Yhú que se resiste a quedar dormido en sus cien años de soledad. Amo a la Asunción legendaria que supo anidar mis mejores sueños juveniles y regalarme un sitio cálido a donde volver tras mis andanzas de periodista trotamundos. Amo a esta Ciudad del Este conflictiva y enigmática, vital y llena de futuro, que hoy me hace sentir como si siempre hubiera sido mi casa.
Amo las guaranias de Flores, las polcas de Emiliano, los textos de Rafael Barrett, las novelas de Roa Bastos, los poemas de Elvio Romero, los cómics de Robin Wood, los dibujos de Goiriz, la guitarra de Berta Rojas, el teatro de Nené Nuñez, la voz de Ricardo Flecha, las fotos de René González, las cerámicas de Ña Rosa, los artículos de Mengo Boccia, las películas de Juanca Maneglia y Tana Schémbori, el humor de Moneco y Casartelli, el embriagante olor a tinta fresca en un ejemplar de Última Hora al salir de la rotativa.
Amo la tormentosa esencia de una mujer que a veces está tan cerca y otras veces tan lejos. El bálsamo del cariño solidario de tantos lectores amigos y lectoras amigas. El legado de la memoria de mi papá Karai Chi’ito, la ternura sin distancias de mi mamá Ña Nilda, la sonrisa llena de futuro de mi pequeña Andrea Soledad.

viernes, 1 de febrero de 2008

Ciudad del Este: Un largo viaje de la dictadura a la democracia


“Quien viene de otro sueño feliz de ciudad/, aprende de prisa a llamarte de realidad…”
(Caetano Veloso, “Sampa”).

Naciste hace 51 años con el nombre de un sanguinario dictador, bautizada con el salvaje rumor del río y de la selva, entre remolinos de tierra roja como sangre, pero fuiste capaz de atraer y encender las mejores esperanzas de miles de familias de las más diversas culturas.
Naciste como un sueño de ambición geopolítica para los planes de la expansión bandeirante, edificada sobre la negra historia de los “mensú” esclavos del yerbal, pero supiste convertirte en un enclave estratégico del Paraguay, en medio del violento triángulo del Cono Sur latinoamericano.
Naciste glorificada por sicarios y torturadores travestidos en héroes cívicos. La nómina de algunos de tus pioneros fundadores se iguala con la lista de los delincuentes más buscados por crímenes contra los derechos humanos y el patrimonio del Estado. Pero detrás de tu historia oficial hay otra historia sumergida, que habla de revueltas sociales y resistencias heroicas, de luchadores y mártires. ¿Será por eso que en tus calles hoy conviven la estatua del dictador taiwanés Chiang Kai-shek con el monumento al libertador Simón Bolívar?
Naciste como una nueva “El Dorado” entre los montes del Alto Paraná, centro neurálgico de la “Marcha hacia el Este”, oasis en medio del desierto verde que sedujo a caravanas de migrantes de todos los rincones del país y de diversas partes del mundo, atraídos por la ilusión de un nuevo futuro de obras hidroeléctricas y puertos comerciales.
Naciste planificada a escala humana y ambiental como la exuberante “Ciudad Jardín”, con tus arboladas y anchas avenidas, tus espacios públicos diseñados cual una Brasilia guaraní y subtropical, pero a poco de echarte a andar te hicieron “Jardín de la corrupción”, subastaron tus paseos y plazas para instalar precarias galerías y casillas de venta informal, transformándote en un gigantesco bazar persa, en una subdesarrollada ciudad-shopping que ahuyenta a los turistas y atrae a los contrabandistas, y ni los mejores esfuerzos de tus nuevas autoridades han conseguido aún devolverte la imagen con que tus hijos te sueñan.
La tragicómica paradoja del destino hizo que el mismo dictador que te dio tu denominación original fuese derrocado con violencia del poder en la misma fecha de tu cumpleaños, hoy hace ya 19 años. Desde día ese te quedaste sin nombre, al igual que tantas calles, avenidas, plazas, escuelas y localidades del país. Y en la prisa por re-nombrarte optaron por lo más obvio: tu ubicación geográfica. Si Concepción es la ciudad del Norte, Encarnación la Ciudad del Sur, Asunción la ciudad del Oeste… esta Ciudad del Este que alguna vez fue Puerto Presidente Stroessner, ¿cómo se llama realmente?
Hoy cumples 51 años… y es un desafío descubrirte y sentirte de otra manera, para aprender a amarte por detrás de la estereotipada –aunque real- imagen del Puente de la Amistad colapsado de vehículos y hormigas humanas, del incesante tráfico legal e ilegal de lo que alcances a imaginar, de tus veredas atestadas de “mesiteros” y “sacoleiros”, de “motoqueiros kamikazes” que te atropellan en cualquier esquina, del periódico estallido de la violencia en los titulares de la crónica roja.
Porque detrás de esta urbe caótica y caricaturizada por los medios de comunicación, habita otra ciudad -¿otras ciudades?- de encantos mágicos, de rincones secretos con el aporte de múltiples culturas migrantes, de músicas exóticas y riquezas culinarias, de artículos y productos que no existen en otras partes del mundo, de un paisaje verde junto al río y un aire tan transparente que hiere la vista, de una forma de ser y celebrar la vida que solo se entiende bajos los peculiares códigos de la frontera.
Crítica, intensa, subyugante, contradictoria, vital… la capital del Alto Paraná celebra su 51 aniversario con severos interrogantes y profundas esperanzas. ¡Salud y felicidades!

P.D.: Desde Ciudad del Este, un gran abrazo solidario a los sobrevivientes y familiares de víctimas del incendio del Supermercado Ycua Bolaños, en este histórico día en que se aguarda la sentencia del juicio sobre la gran tragedia que ocasionó 400 muertos y marcó a fuego a la conciencia nacional. En un país en que la verdadera justicia se ha vuelto una utopía casi inalcanzable, solo la activa resistencia cívica puede garantizar que la memoria siga viva. El 2 de febrero de 1989 se acabó la dictadura. El 2 de febrero de 2008, ¿se acabará la impunidad?