viernes, 20 de junio de 2008

El presidente que no tuvimos

¿Qué se hizo de aquel Nicanor que vociferaba en los mítines partidarios con las venas a punto de explotar? ¿Qué pasó con aquel auto-proclamado Tendota que echaba sapos y culebras, acusando a periodistas de “escribas corruptos” y al hoy presidente electo Fernando Lugo de “obispo averiado”? ¿Dónde está aquel incansable y mediático político en eterna campaña electoral, al que costaba hallar en su oficina del Palacio?
Este presidente en retirada que ahora aparece raras veces en portadas de diarios y en pantallas de la tele, está casi irreconocible: No grita, no insulta, no se burla de los demás. Vive encerrado la mayor parte del tiempo en su despacho y hasta hay quien dice que ahora sí gobierna. Las pocas ocasiones que habla en público hasta parece humilde, equilibrado, racional, con ganas de contribuir al nuevo momento político.
Pobrecito Gustavo Cabañas, el genial humorista del programa Telecomio: ¡Se quedó sin su más célebre personaje a quien imitar! Es cierto, ahora lo tiene a Fernando Lugo y la imitación del monseñor-presidente le sale re bien, pero convengamos… ¡No tiene la misma gracia que el impagable Nikenor Jugarte Brutos!
Desde que perdió las elecciones, Nicanor se parece a otro. Se parece quizás a aquel candidato con interesante perfil de estadista moderno que encendió las esperanzas de un sector mayoritario de la población en las elecciones del 2003.
Se esperaba que Nicanor fuera el presidente que institucionalice al Paraguay de la transición, un poco como Fernando Henrique Cardozo lo hizo en Brasil. Los anteriores mandatarios habían dejado un país más devastado, y prácticamente todos terminaron sus mandatos acusados o procesados por delitos de corrupción.
Duarte Frutos pudo ser diferente… pero lamentablemente no lo fue. Los interesantes logros de los dos primeros años de su gobierno se dilapidaron pronto en una obsesiva cruzada fundamentalista, en busca de la anticonstitucional reelección, de la retención del poder cueste lo que cueste.
Recién ahora, en el brusco y sorpresivo final de la larga fiesta colorada, está mostrando el rostro del presidente que no tuvimos.
Ahora se va. Quiere irse antes, pero no le dejan. ¿Por qué…? Si sus adversarios no fueron capaces de evitar en su momento que sea candidato a senador, no tiene sentido impedirlo ahora, cuando ya lo respalda el voto popular. Hay que dejarlo que renuncie a la presidencia y jure como legislador, respetando la institucionalidad democrática. Si luego la Justicia encuentra evidencias para procesarlo, lo correcto será pedir su desafuero.
Nicanor ya tiene su lugar en la historia, y no es el que más le hubiese gustado: de ahora en más se lo recordará como el último presidente colorado, el que dejó caer al partido del poder, luego de 60 años de hegemonía. Muchos se lo reprocharán por siempre… pero muchos no se lo vamos a terminar de agradecer.

viernes, 13 de junio de 2008

Yo el dictador


Sesenta y seis días antes de asumir como presidente, Fernando Lugo Méndez descubrió que los periodistas podemos resultar muy molestos e hinchapelotas. O como exclamó con fastidio a la salida del Congreso, cuando le cerraron el paso y acribillaron con preguntas sobre el escándalo de nepotismo en la Alianza: ¡Hay una “dictadura de la prensa!”.
A su nuevo compañero de almuerzos y viajes, Nicanor Duarte Frutos, le llevó más tiempo darse cuenta de que hay una “prensa enemiga”. El Tendotá se pasó los primeros años de gobierno buscando seducir o domesticar a periodistas y empresarios de medios, regalando millonarias pautas publicitarias de las binacionales, llamando personalmente por teléfono a las redacciones para reclamar ante cualquier publicación crítica.
Tuvo relativo éxito: algunos conductores de radio y televisión leían avisos pagados por Itaipú como noticias de maravillosos actos de gobierno, y guardaban silencio sobre malversaciones de fondos o enriquecimientos ilícitos, mientras quienes investigábamos la corrupción nicanorista éramos acusados de promover una conspiración para derrocar a los colorados.
Fernando Lugo ganó las elecciones con una relación de enamoramiento con la prensa, que quizás pensó iba a ser duradera. Más religioso que político, le falta aprender que las denuncias de primera plana exigen respuestas claras, urgentes y precisas.
El presidente electo tiene todo el derecho de evitar ser víctima del acoso periodístico, pero debe saber que cerrar la boca o exclamar “sin comentarios” cuando flotan preguntas quemantes en la opinión pública, es también una respuesta: Los gritos del silencio.
Llamarse a retiro espiritual ante los conflictos podía funcionar bien cuando era obispo de San Pedro, pero ahora que es jefe de Estado, lejos de aplacar la indignación pública, solo hace que la bola de nieve informativa siga rodando y creciendo en contra. Lo que pasó con los parientes en Yacyretá demuestra que Lugo no tiene buenos asesores de comunicación. O si los tiene, no les hace mucho caso.
Es bueno para el país y la democracia que exista una “dictadura de la prensa”, en lugar de una “prensa amiga”. Es bueno que los diarios y canales “amigos de Fernando” denuncien el primer caso flagrante de nepotismo luguista y franquista, con igual destaque que si los responsables hubiesen sido colorados. Es bueno que los periodistas le cierren el paso al presidente electo y le interroguen por qué avaló con su silencio o ambigüedad una falta grave. Es bueno que la luna de miel entre Lugo y la prensa termine en divorcio.

jueves, 5 de junio de 2008

Justicia periodistica


A veces, la presencia de periodistas en una zona de conflicto cambia la historia y ayuda a que soplen vientos de justicia.
Sucedió en Yuquyry, Santa Lucía, Alto Paraná, donde un grupo de campesinos mantienen en jaque a los indígenas Ava Guaraní, a quienes les han invadido su propiedad para talar árboles y traficar ilegalmente con la madera, con el respaldo de políticos colorados y liberales.
El miércoles 28 de mayo, tras un año de estériles reclamos ante la Justicia por parte de los aborígenes, una comitiva fiscal-policial desalojó simbólicamente a los invasores, destruyendo sus ranchos y hornos de carbón.
Al atardecer del sábado 31, los campesinos cobraron venganza. Con disparos de armas de fuego cerraron el paso de una camioneta y tomaron como rehenes a las monjas Ángela Balbuena y Mirian Saucedo, a la estudiante belga Maureen Janssens y a nueve indígenas. El relato de las mujeres es terrorífico: las maltrataron, robaron sus pertenencias y amenazaron con violarlas y matarlas. El jefe del puesto policial logró rescatarlas tras ardua negociación con los agresores.
El lunes 2 de junio, varios periodistas llegamos a la fiscalía de San Alberto, donde las monjas prestaban declaración. El fiscal Julio César Yegros dijo que todo estaba bajo control, pues una dotación de policías al mando del comisario de Itakyry, Amado Arévalos, había ido a dar seguridad a los indígenas y perseguir a invasores y secuestradores.
Técnicamente ya teníamos la nota, podíamos volver tranquilos a Ciudad del Este. Santa Lucía queda a 170 kilómetros, el camino es muy feo y en nuestras empresas nos piden racionalizar recursos. Pero una voz interior nos pedía hacer el esfuerzo de ir a ver qué más estaba sucediendo.
Cuando llegamos a Yuquyry, hallamos a los indígenas conmocionados. Acababan de ser víctimas de un violento allanamiento sin orden judicial por parte del escuadrón que supuestamente debía darles seguridad. Les quitaron sus escopetas, herramientas y hasta las ropas del comisario de la comunidad. Los policías llegaron guiados por una dirigente del mismo grupo acusado de invasión y secuestro.
Fue estimulante ver a los colegas interpelando con grabadoras, micrófonos y cámaras al comisario Arévalos sobre su inexplicable procedimiento. Fue interesante ver como los indígenas, que hasta hacía un momento se sentían desamparados ante la prepotencia y la impunidad, descubrían que la prensa era un instrumento para hacer valer sus derechos. Fue patético ver al jefe policial caer en contradicciones, incapaz de justificar su actuación, devolver las pertenencias decomisadas y en horas más ser relevado del cargo.
No tendría que ser así. Nuestra función de periodistas debería limitarse a informar. Pero cuando los más débiles son avasallados, cuando la Policía y la Justicia favorecen a los delincuentes, no queda más alternativa que hacer de lado la objetividad y asumir el vacío que las instituciones del Estado no cumplen.
Ahora, ¿cuánto dura eso? Los periodistas estamos otra vez en la Redacción… y los indígenas de Yuquyry continúan allí, a merced de la violencia, de la injusticia, de la impunidad.

La sonrisa de una N.N.

Ella sonríe feliz en los brazos de la asistente social, disfrutando del calor humano en el presente, pero ignorando su trágico pasado y su todavía incierto futuro.
Ella tiene apenas un mes de vida y todavía no ha recibido un nombre con el cual ser llamada, no ha sido anotada en el Registro Civil, no posee ningún documento que certifique su identidad, no hay certeza acerca de quien es su mamá y menos quién es su papá. Ha sido anotada con las genéricas siglas N.N. en el libro de entrada del Hogar “Abrigos del Este”, y así se la llama oficialmente, aunque las encargadas prefieren decirle “mi bebé”, “mi amor”, “mi princesita”.
Desde el miércoles 28, cuando apareció sorpresivamente en brazos de una mujer, en el despacho del juez Manuel Trinidad, ella se ha convertido en una celebridad. Su fotografía está en la primera plana de los diarios. Su carita sonriente y tierna aparece a cada instante en los noticieros de la televisión… y hay incómodas preguntas detrás de su historia.
Preguntas que llevan al complejo submundo de Ciudad del Este, hasta una clínica clandestina que funcionaba en el barrio Don Bosco, en donde la menor L.L.V., de 17 años, dio a luz a un bebé el 26 de abril. Recién el 23 de mayo, casi un mes después, la joven se animó a acercarse a la fiscala de la Niñez y la Adolescencia, Carmen Chávez, para denunciar que en esa oportunidad se le robó su criatura.
La denuncia es densa y revela como sigue operando la vieja y siniestra red del bebetráfico en Paraguay. La madre afirma que quienes la sometieron a una cesárea para extraerle su bebé en aquel oscuro tugurio fueron el propio director regional del Instituto de Previsión Social en Alto Paraná, doctor José Luis Flecha, y dos funcionarias, las obstetras Mirian y Nilsa Cañete.
L.L.V. ni siquiera pudo ver a su bebé, ni enterarse de qué sexo era, porque la ocultaron de su presencia con la excusa de que estaba muy enfermo del corazón y tuvieron que llevarlo a Asunción.
Cuando la denuncia estalló, el director de IPS y las dos enfermeras pidieron vacaciones y se borraron del mapa. Están imputados, con órdenes de detención y prófugos de la Justicia, pero la investigación está paralizada, porque el abogado que los defiende recusó a la fiscala Chávez y el fiscal general adjunto Eber Ovelar, quien debía resolver la recusación, guardó el expediente y viajó a Buenos Aires. Cuando las papas queman en la Justicia de Alto Paraná, siempre es conveniente viajar o salir de vacaciones.
Así está el caso. Sin ningún fiscal a cargo, con otro juez que recibe a la mujer que supuestamente trae a devolver la criatura y la deja ir sin problemas, una beba que no se sabe si es la misma que fue robada hasta que se haga la prueba de ADN, una madre internada con tratamiento sicológico, y un infame tráfico de inocencia que nadie parece con muchas ganas de investigar.
Mientras, la pequeña N.N. sonríe en brazos de la asistente social y deja flotando la pregunta de si esta in-Justicia mudará alguna vez.