viernes, 28 de diciembre de 2007

Brindo por la esperanza


"Brindo por los que vuelven con las luces de otro día."
(Andrés Calamaro, "Salud").

Brindo por el país que espera algo más que buenos deseos en el nuevo año que se inicia.
Brindo por que de una vez pasemos de los discursos y las promesas a las acciones concretas.
Brindo por que aprendamos las lecciones de tantos dolorosos errores cometidos y seamos capaces de rectificar el destino.
Brindo por que podamos redescubrir los valores de la solidaridad y del amor, para compartir nuestros mejores sueños por encima de nuestras rencillas cotidianas y de nuestras mezquinas diferencias.
Brindo por quienes se disponen a pasar la fiesta de fin de año en una fría y distante ciudad europea o norteamericana, a medio mundo de distancia de su tierra natal y de sus seres más queridos, con el corazón oprimido por el insalvable techaga'u.
Brindo por que en un futuro próximo los hombres y las mujeres del Paraguay ya no se vean obligados a marcharse en busca del sueño de vida digna que su propia patria les niega.
Brindo por los sobrevivientes y familiares de las víctimas del 1-A. Por su heroico testimonio de lucha, su increíble resistencia para no rendirse ni doblegarse, por su digno ejemplo de superar el dolor y mantenerse organizados y movilizados.
Brindo por que en este 2008 todas y todos podamos acompañarlos para que al fin puedan obtener la justa reparación de la Justicia, que ayude a darles un poco de paz a sus sufridos corazones.
Brindo por quienes probablemente no tengan con qué brindar. Por los incontables compatriotas que se debaten en la necesidad y en la pobreza extrema. Por los niños y niñas condenados a pasar hambre y soledad por culpa de la ambición, del egoísmo, de la indiferencia, de la violencia, de la ineficacia estatal.
Brindo por que desde nuestros respectivos lugares en la sociedad seamos un poco más activos en las búsquedas de soluciones a los profundos dramas sociales del Paraguay.
Brindo por que en el año que comienza podamos aprender a librarnos de tanta mala onda, de los frívolos programas ñembo fashion de la radio y la televisión, de los petardos enloquecidos, de los eternos baches de nuestras calles, del sogue, del dengue, del cólera, del sida, de la crisis, de los gobernantes y políticos corruptos, de los salvadores de la patria, de los represores de campesinos, de los coimeros, de los asaltantes y secuestradores, de los depredadores de la naturaleza, de los vendedores de ilusiones, de los ladrones de sueños, de los profetas del pesimismo, de la cachaca estruendosa, de la resaca, del calor insoportable y de todo mal.
Brindo por los que brindan.
Por los admirables ejemplares de seres humanos que en medio de la adversidad más terrible han logrado conservar intactas la sonrisa y la ternura, la alegría y la esperanza.
Por los que en esta noche de Año Nuevo elevarán sus copas a la luz de las estrellas y decidirán que un nuevo tiempo se inicia al estrenar las hojas de un flamante calendario.
Que entre todos y todas hagamos posible un 2008 que valga la pena.
¡Salud...!

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Preguntas en Navidad


¿De qué sirve llenar la casa, los árboles, la ciudad entera de luces doradas y resplandecientes, cuando el alma permanece a oscuras?
¿De qué sirven tantos árboles de plástico importado, adornados con nieves de algodón, ni tantos muñecos barbudos ridículamente vestidos con abrigos de lana en medio de este calor infernal, cuando bastan "dos trocitos de madera" -como canta Maneco- para techar el mágico pesebre?
¿De qué sirve atropellarse en los shoppings y en los comercios buscando regalos y más regalos, cuando lo que hace falta es un gesto verdaderamente solidario, una acción de caridad humana y cristiana que nazca desde lo profundo del corazón, para darle el real sentido a la Navidad?
¿De qué sirve gastar tanta plata en fiestas, manjares, bebidas, adornos, show, luces, música... si el niño Dios cuyo cumpleaños celebramos eligió todo lo contrario: nacer en un humilde establo de animales y vivir su vida en la mayor austeridad?
¿De qué sirve el infernal estruendo de las bombas y los petardos, el vértigo de la velocidad por las calles, el volúmen de la cachaca al máximo, si todo eso no alcanza a llenar el vacío interior?
¿De qué sirve inundar el correo con bellas y coloridas tarjetas navideñas, con esplendorosos mensajes que reproducen los mejores deseos impresos en tinta brillante, si todo lo que allí dice nunca lo ponemos en práctica?
¿De qué sirve regalar un pan dulce o una sidra en esta Navidad, si vamos a olvidarnos por el resto del año de quienes nada tienen para comer y para beber?
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma...? Bueno... ustedes ya me entienden.
A pesar de todo, y porque a cada instante que transcurre se nos brinda la oportunidad de ser siempre mejores... ¡Feliz Navidad!

viernes, 7 de diciembre de 2007

La guerra de la soja


Ya les conté sobre mi pesadilla recurrente: Despertar una mañana… y encontrarme en un país convertido en un inmenso campo de cultivos de soja.
En mi sueño apocalíptico, las selvas han sido destruidas, los árboles arrancados de raíz, los ríos secados o contaminados, los edificios derrumbados por un ejército de topadoras que avanzan como las máquinas guerreras de la película Terminator, seguidos por las sembradoras mecánicas.
Y allí estamos… los sobrevivientes humanos. Perdidos y condenados a vagar eternamente en un mar de soja, obligados a alimentarnos con leche de soja y hamburguesas de soja. Hasta que el elemento transgénico empieza a revelar sus efectos mutantes, y advertimos con horror que de nuestros cuerpos brotan ramas, hojas y vainas de oleaginosa, transformándonos en los increíbles hombres-soja.
Entonces me despierto, agitado y sudoroso, y compruebo aliviado que, por suerte, solo se trata de un mal sueño.
¿Un mal sueño...?
Ayer viernes, los pobladores de Reloj-kue, en el aislado distrito de San Cristóbal, a unos 150 kilómetros al suroeste de Ciudad del Este, nuevamente salieron de sus ranchos y sus chacras desoladas, con sus machetes y garrotes al aire, con una firme determinación, enarbolando un gran cartel que dice: “¡Pare de fumigar!”, y una firme determinación: no permitir que los sojeros arrojen una sola gota más de productos agrotóxicos sobre los vastos sojales que se han adueñado del paisaje altoparanaense.
Los colonos tienen buenas razones para estar indignados. Desde hace poco más de una década, sus humildes viviendas, sus chacras, hasta la capilla y la pequeña escuelita del lugar, todo se ha ido quedando rodeado hasta casi quedar ahogado por un vasto océano verde de cultivos mecanizados. Y en cada época de siembra o de cosecha, vivir allí se ha vuelto casi un infierno, cuando las pulverizadoras entran en acción y una blanca niebla de picante olor se levanta e inunda todos los rincones, hiriendo los pulmones como si fuera una imparable lengua de fuego.
Cuentan las maestras de Reloj-cue que en varias oportunidades tienen que suspender las clases, porque las nubes de agrotóxicos penetran en las aulas y los niños se revuelvan por las nauseas que les produce inhalar el veneno.
El pasado 13 de agosto se vertió la gota que colmó el vaso, cuando el niño Jesús Giménez, de apenas 3 años, falleció luego de varios días de agonía. El niño había enfermado súbitamente, luego de que una pulverizadora del colono brasileño Wilmar Filipetti había regado de agroquímicos sus cultivos, a pocos metros del hogar de los Giménez. El caso fue denunciado ante la Fiscalía de Santa Rita, pero hasta ahora no hay avances en la investigación. ¿Otro caso más, entre tantos, que acabará en la impunidad?
La tierra de Alto Paraná es naturalmente roja como la sangre, pero a veces se vuelve aún más roja cuando el conflicto agrario estalla en una indeseable violencia. El 16 de setiembre, en La Fortuna, Hernandarias -otro ardiente escenario de la llamada “guerra de la Soja”-, personas vinculadas a la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas (MCNOC) se cansaron de formar barreras humanas o hacer movilizaciones para salir en las fotos de prensa, y directamente dispararon a matar al tractorista Felipe Samudio y dejaron herido a su hijo Ariel, cuando intentaban fumigar un campo de soja.
Algo está mal en este país, para que la gente se mate entre sí, sea con balas o con veneno. Brasileños o paraguayos, sojeros o antisojeros, ya somos todos hijos de esta tierra.
El problema no es la soja, ni tampoco lo son los brasileños inmigrantes que más lo cultivan. El verdadero problema es el modelo de agricultura mecanizada masiva, que se ha ido imponiendo sin límites, sin restricciones ni controles, en nombre de la rentabilidad capitalista, y la impunidad con que se lo permite desde las instituciones del Estado y desde la clase política.
No tendría nada de malo plantar soja, siempre que se adecue a las normas medioambientales que impone la legislación, y sin avasallar a las otras formas de agricultura, orgánicas, diversificadas, de auto consumo y de renta familiar, que responden a una práctica cultural bien campesina y paraguaya, y que no sigan siendo avasalladas por un sistema de monocultivo empresarial que solo busca el lucro, sin importar los daños que ocasiona.
Dicen que la soja es de alto contenido proteínico, una maravilla para la alimentación. Pero, discúlpenme, yo sigo prefiriendo un jugoso bife de carne vacuna, con abundante ensalada.